miércoles, 3 de diciembre de 2008

LECTURA DE 4º BÁSICO


La Tortuga


(León Tolstoi)

En una ocasión en que fuimos de caza con Milton, al llegar al bosque él irguió las orejas y la cola y principió a olfatear. Me imaginé que había encontrado el rastro de una liebre o un faisán y alisté mi escopeta. Pero lo raro fue que Milton no entró en el bosque y continuó por el campo abierto. Lo seguí con bastante curiosidad. De repente vi que una tortuga avanzaba todo lo rápido que se lo permitían sus patas cortas. Alargaba el cuello, y la pequeña cabeza se asemejaba al badajo de una campanilla.
Apenas percibió la presencia del perro, se hundió en la hierba, recogiendo la cabeza y las patas dentro del caparazón. Milton la encontró de inmediato y comenzó a mordisquearla, irritándose al descubrir que sus dientes no lograban traspasarla. En efecto, era imposible que lo hiciera, ya que las tortugas están provistas de una coraza como las armaduras de los caballeros medievales, que también les protege el pecho. Esta coraza tiene orificios por los que sacan la cabeza y las extremidades.
Arrebaté la tortuga del hocico de Milton y admiré los dibujos de su caparazón. También observé por una de las ranuras, y la vi latiendo en el interior de su coraza. Después la deposité sobre la hierba y continué mi caminata. Sin embargo, Milton se negó a abandonarla allí y me siguió llevándola bien sujeta entre sus mandíbulas.
Así avanzamos un trecho. De repente Milton soltó su presa, aullando. Lo examiné y comprendí que la tortuga había sacado una de sus patas, dentro del hocico de mi perro, arañándole la lengua. Milton ladraba furioso, pero volvió a agarrar a la tortuga y, aunque le ordené soltarla e intenté quitársela a la fuerza, fue inútil. Poco más adelante, mi perro cavó un hoyo y sólo entonces soltó la tortuga, tirándola dentro del agujero que cubrió rápidamente con tierra.
Hay tortugas que habitan en la tierra y otras en el agua. Ellas procrean poniendo huevos que no incuban; los huevos se abren solos, como en el caso de los peces. Su tamaño es muy variable, ya que hay tortuguitas muy pequeñas, como miniaturas; otras, las más corrientes, del tamaño de un plato, y también algunas extremadamente grandes, que viven en los mares y pesan sobre doscientos kilos.
El caparazón de la tortuga equivale a sus costillas. En consecuencia, mientras el resto de los animales tiene las costillas debajo de la carne, ella las tienen encima, formando su coraza protectora. En la primavera, las tortugas ponen sus huevos y cada una produce centenares.


Fuente: http://www.profesorenlinea.cl/



LECTURA PARA 5º BÁSICO

El Perro del Regimiento

(Daniel Riquelme)

Entre los actores de la batalla de Tacna y las víctimas lloradas de la de Chorrillos, debe contarse, en justicia, al perro del Coquimbo. Perro abandonado y callejero, recogido un día a lo largo de una marcha por el piadoso embeleco de un soldado, en recuerdo, tal vez, de algún otro que dejó en su hogar al partir a la guerra, que en cada rancho hay un perro y cada roto cría al suyo entre sus hijos.Imagen viva de tantos ausentes, muy pronto el aparecido se atrajo el cariño de los soldados, y éstos, dándole el propio nombre de su regimiento, lo llamaron Coquimbo, para que de ese modo fuera algo de todos y de cada uno.Sin embargo, no pocas protestas levantaba al principio su presencia en el cuartel; causa era de grandes alborotos y por ellos tratóse en una ocasión de lincharlo, después de juzgado y sentenciado en consejo general de ofendidos, pero Coquimbo no apareció. Se había hecho humo como en todos los casos en que presentía tormentas sobre su lomo. Porque siempre encontraba en los soldados el seguro amparo que el nieto busca entre las faldas de su abuela, y sólo reaparecía, humilde y corrido, cuando todo peligro había pasado.
Se cuenta que Coquimbo tocó personalmente parte de la gloria que en el día memorable del Alto de la Alianza conquistó su regimiento a las órdenes del comandante Pinto Agüero, a quien pasó el mando, bajo las balas, en reemplazo de Gorostiaga. Y se cuenta también que de ese modo, en un mismo día y jornada, el jefe casual del Coquimbo y el último ser que respiraba en sus filas, justificaron heroicamente el puesto que cada uno, en su esfera, había alcanzado en ellas...Pero mejor será referir el cuento tal como pasó, a fin de que nadie quede con la comezón de esos puntos y medias palabras, sobretodo cuando nada hay que esconder.Al entrar en batalla, la madrugada del 26 de mayo de 1880, el Regimiento Coquimbo no sabía a qué atenerse respecto de su segundo jefe, el comandante Pinto, pues días antes solamente de la marcha sobre Tacna había recibido un ascenso de mayor y su nombramiento de segundo comandante.Por noble compañerismo, deseaban todos los oficiales del cuerpo que semejante honor recayera en algún capitán de la propia casa, y con tales deseos esperaban, francamente, a otro. Pero el ministro de la guerra en campaña, a la sazón don Rafael Sotomayor, lo había dispuesto así.Por tales razones, que a nadie ofendían, el comandante Pinto Agüero fue recibido con reserva y frialdad en el regimiento. Sencillamente, era un desconocido para todos ellos; acaso sería también un cobarde. ¿Quién sabía lo contrario? ¿Dónde se había probado?
Así las cosas y los ánimos, despuntó con el sol la hora de la batalla que iba a trocar bien luego no sólo la ojeriza de los hombres, sino la suerte de tres naciones.Rotos los fuegos, a los diez minutos quedaba fuera de combate, gloriosa y mortalmente herido a la cabeza de su tropa, el que más tarde iba a de ser el héroe feliz de Huamachuco, don Alejandro Gorostiaga.En consecuencia, el mando correspondía —¡travesuras del destino!— al segundo jefe; por lo que el regimiento se preguntaba con verdadera ansiedad qué haría Pinto Agüero como primer jefe.Pero la expectación, por fortuna, duró bien poco.Luego se vio al joven comandante salir al galope de su caballo de las filas postreras, pasar por el flanco de las unidades que lo miraban ávidamente, llegar al sitio que le señalaba su puesto, la cabeza del regimiento, y seguir más adelante todavía.Todos se miraron entonces, ¿a dónde iba a parar?Veinte pasos a vanguardia revolvió su corcel y desde tal punto, guante que arrojaba a la desconfianza y al valor de los suyos, ordenó el avance del regimiento, sereno como en una parada de gala, únicamente altivo y dichoso por la honra de comandar a tantos bravos.
La tropa, aliviada de enorme peso, y porque la audacia es aliento y contagio, lanzóse impávida detrás de su jefe; pero en el fragor de la lucha, fue inútil todo empeño de llegar a su lado.El capitán desconocido de la víspera, el cobarde tal vez, no se dejó alcanzar por ninguno, aunque dos veces desmontado, y concluida la batalla, oficiales y subalternos, rodeando su caballo herido, lo aclamaron en un grito de admiración.
Coquimbo, por su parte, que en la vida tanto suelen tocarse los extremos, había atrapado del ancho mameluco de bayeta (y así lo retuvo hasta que llegaron los nuestros), a uno de los enemigos que huía al reflejo de las bayonetas chilenas, caladas al toque pavoroso de degüello.Y esta hazaña que Coquimbo realizó de su cuenta y riesgo, concluyó de confirmarlo el niño mimado del regimiento.Su humilde personalidad vino a ser, en cierto modo, el símbolo vivo y querido de la personalidad de todos; de algo material del regimiento, así como la bandera lo es de ese ideal de honor y de deber, que los soldados encarnan en sus frágiles pliegues.Él, por su lado, pagaba a cada uno su deuda de gratitud con un amor sin preferencia, eternamente alegre y sumiso como cariño de perro.Comía en todos los platos; diferenciaba el uniforme y, según los rotos, hasta sabía distinguir los grados. Por un instinto de egoísmo digno de los humanos, no toleraba dentro del cuartel la presencia de ningún otro perro que pudiera, con el tiempo, arrebatarle el aprecio que se había conquistado con una acción que acaso él mismo calificaba de distinguida.
Llegó, por fin, el día de la marcha sobre las trincheras que defendían a Lima.Coquimbo, naturalmente, era de la gran partida. Los soldados, muy de mañana, le hicieron su tocado de batalla.Pero el perro, cosa extraña para todos, no dio al ver los aprestos que tanto conocía, las muestras de contento que manifestaba cada vez que el regimiento salía a campaña.No ladró ni empleó el día en sus afanosos trajines de la mayoría de las cuadras: de éstas a la cocina y de ahí a husmear el aspecto de la calle, bullicioso y feliz, como un tambor de la banda.Antes, por el contrario, triste y casi gruñón, se echó desde temprano a orillas del camino, frente a la puerta del canal en que se levantaban las rucas del regimiento, como para demostrar que no se quedaría atrás y asegurarse de que tampoco sería olvidado.¡Pobre Coquimbo!
¡Quién puede decir si no olía en el aire la sangre de sus amigos, que en el curso de breves horas iba a correr a torrentes, prescindiendo del propio y cercano fin que a él le aguardaba!
La noche cerró sobre Lurín, rellena de una niebla que daba al cielo y a la tierra el tinte lívido de una alborada de invierno.Casi confundido con la franja argentada de espuma que formaban las olas fosforescentes al romperse sobre la playa, marchaba el Coquimbo cual una sierpe de metálicas escamas.El eco de las aguas apagaba los rumores de esa marcha de gato que avanza sobre su presa.Todos sabían que del silencio dependía el éxito afortunado del asalto que llevaban a las trincheras enemigas.Y nadie hablaba y los soldados se huían para evitar el choque de has armas.
Y ni una luz, ni un reflejo de luz.
A doscientos pasos no se había visto esa sombra que, llevando en su seno todos los huracanes de la batalla, volaba, sin embargo, siniestra y callada como la misma muerte.En tales condiciones, cada paso adelante era un tanto más en ha cuenta de las probabilidades favorables.Y así habían caminado ya unas cuantas horas.Las esperanzas crecían en proporción; pero de pronto, inesperadamente, resonó en la vasta llanura el ladrido de un perro, nota agudísima que, a semejanza de la voz del clarín, puede, en el silencio de la noche, oírse a grandes distancias, sobre todo en las alturas.
—¡Coquimbo! —exclamaron los soldados.
Y suspiraron como si un hermano de armas hubiera incurrido en pena de la vida.De allí a poco se destacó al frente de la columna la silueta de un jinete que llegaba a media rienda.Reconocido con las precauciones de ordenanza, pasó a hablar con el comandante Soto, el bravo José María Segundo Soto, y, tras de lacónica plática, partió con igual prisa, borrándose en la niebla, a corta distancia.Era el jinete un ayudante de campo del jefe de la División, coronel Lynch, el cual ordenaba redoblar "silencio y cuidado" por haberse descubierto avanzadas peruanas en la dirección que llevaba el Coquimbo.A manera de palabra mágica, la nueva consigna corrió de boca en oreja desde la cabeza hasta la última fila, y se continuó la marcha; pero esta vez parecía que los soldados se tragaban el aliento.
Una cuncuna no habría hecho más ruido al deslizarse sobre el tronco de un árbol.Sólo se oía el ir y venir de las olas del mar; aquí suave y manso como haciéndose cómplice del golpe; allá violento y sonoro, donde las rocas lo dejaban sin playa.Entre tanto, comenzaba a divisarse en el horizonte de vanguardia una mancha renegrida y profunda, que hubiese hecho creer en la boca de una cueva inmensa cavada en el cielo.Eran el Morro y el Salto del Fraile, lejanos todavía; pero ya visibles.Hasta ahí la fortuna estaba por los nuestros; nada había que lamentar. El plan de ataque se cumplía al pie de la letra. Los soldados se estrechaban las manos en silencio, saboreando el triunfo. Mas el destino había escrito en la portada de las grandes victorias que les tenía deparadas, el nombre de una víctima, cuya sangre, oscura y sin deudos, pero muy armada, debía correr la primera sobre aquel campo, como ofrenda a los números adversos.Coquimbo ladró de nuevo, con furia y seguidamente, en ademán de lanzarse hacia las sombras.
En vano los soldados trataban de aquietarlo por todos los medios que les sugería su cariñosa angustia.¡Todo inútil!Coquimbo, con su finísimo oído, sentía el paso o veía en las tinieblas las avanzadas enemigas que había denunciado el coronel Lynch, y seguía ladrando, pero lo hizo allí por última vez para amigos y contrarios.Un oficial se destacó del grupo que rodeaba al comandante Soto. Separó dos soldados y entre los tres, a tientas, volviendo la cara, ejecutaron a Coquimbo bajo las aguas que cubrieron su agonía.En las filas se oyó algo como uno de esos extraños sollozos que el viento arranca a las arboladuras de los bosques... y siguieron andando con una prisa rabiosa que parecía buscar el desahogo de una venganza implacable.Y quien haya criado un perro y hecho de él un compañero y un amigo comprenderá, sin duda, la lágrima que esta sencilla escena que yo cuento como puedo arrancó a los bravos del Coquimbo, a esos rotos de corazón tan ancho y duro como la mole de piedra y bronce que iban a asaltar, pero en cuyo fondo brilla con la luz de las más dulces ternuras mujeriles de este rasgo característico: su piadoso amor a los animales.

LECTURA PARA 6º BÁSICO


La Abeja Haragana

(Horacio Quiroga)

Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar; es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas, apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.
Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos de rozar contra la puerta de la colmena.Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole:–Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.La abejita contestó:–Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.–No es cuestión de que te canses mucho –respondieron–, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.Y diciendo así, la dejaron pasar.
Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:–Hay que trabajar, hermana.Y ella respondió en seguida:–¡Uno de estos días lo voy a hacer!–No es cuestión de que lo hagas uno de estos días –le respondieron–, sino mañana mismo. Acuérdate de esto.Y la dejaron pasar.
Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes de que le dijeran nada, la abejita exclamó:–¡Sí, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!–No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido –le respondieron– sino de que trabajes. Hoy es 19 de abril. Pues bien: trata de que mañana 20 hayas traído una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.
Pero el 20 de abril pasó en vano como todos los demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a soplar un viento frío.La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensando en lo calentito que estaría allá dentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.–¡No se entra! –le dijeron fríamente.–¡Yo quiero entrar! –exclamó la abejita–. Esta es mi colmena.–Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras –le contestaron las otras–. No hay entrada para las haraganas.–¡Mañana sin falta voy a trabajar! –insistió la abejita.
–No hay mañana para las que no trabajan –respondieron las abejas, que saben mucha filosofía.
Y esto diciendo la empujaron afuera.La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún: pero ya la noche caía y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja. y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire y no podía volar más.Arrastrándose, entonces, por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, a tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.
–¡Hay, mi Dios! –clamó la desamparada–. Va a llover y me voy a morir de frío.Y tentó entrar en la colmena.Pero de nuevo le cerraron el paso.–¡Perdón! –gimió la abeja–. ¡Déjenme entrar!–Ya es tarde –le respondieron.–¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!–Es más tarde aún.–¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!–Imposible.–¡Por última vez! ¡Me voy a morir!Entonces le dijeron:
–No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.Y la echaron.Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por un agujero; cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habían trasplantado hacía tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por esto la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:
–¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devoró sino que le dijo:–¿Qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas.–Es cierto –murmuró la abeja–. No trabajo y yo tengo la culpa.–Siendo así –agregó la culebra, burlona–, voy a quitar del mundo a un mal bicho como tú. Te voy a comer, abeja.La abeja, temblando, exclamó, entonces:–¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.–¡Ah, ah! –exclamó la culebra, enroscándose ligero–. ¿Tú conoces bien a los hombres? ¿Tú crees que los hombres, que les quitan la miel a ustedes, son más justos, grandísima tonta?–No, no es por eso que nos quitan la miel –respondió la abejita.–¿Y por qué, entonces?–Porque son más inteligentes.
Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reír, exclamando.–¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer; apróntate.Y se echó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamó:–Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.–¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? –se rió la culebra.–Así es –afirmó la abeja.–Pues bien –dijo la culebra–, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que haga la prueba más rara, esa gana. Si gano yo, te como.–¿Y si gano yo? –preguntó la abejita.–Si ganas tú –repuso su enemiga–, tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que sea de día. ¿Te conviene?–Aceptado –contestó la abeja.La culebra se echó a reír de nuevo, porque se le había ocurrido una cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:
Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas y les llaman trompitos de eucalipto.–Esto es lo que voy a hacer –dijo la culebra–. ¡Fíjate bien, atención!Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompo como un piolín, la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:
–Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.–Entonces, te como –exclamó la culebra.–¡Un momento! Yo no puedo hacer eso; pero hago una cosa que nadie hace.–¿Qué es eso?–Desaparecer.–¿Cómo? –exclamó la culebra, dando un salto de sorpresa–. ¿Desaparecer sin salir de aquí?–Sin salir de aquí.–¿Y sin esconderte en la tierra?–Sin esconderme en la tierra.–Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida –dijo la culebra.
El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda de dos centavos.La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:–Ahora me toca a mí, señora Culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta y contar hasta tres. Cuando diga "tres", búsqueme por todas partes, ¡ya no estaré más!Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente: "Uno..., dos..., tres", y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miró arriba, abajo, a todos lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido.
La culebra comprendió entonces que si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho? ¿Dónde estaba?No había modo de hallarla.–¡Bueno! –exclamó por fin–. Me doy por vencida. ¿Dónde estás?Una voz que apenas se oía –la voz de la abejita– salió del medio de la cueva.–¿No me vas a hacer nada? –dijo la voz–. ¿Puedo contar con tu juramento?–Sí –respondió la culebra–. Te lo juro. ¿Dónde estas?–Aquí –respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.
¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestión era una sensitiva. muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación era muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aquí que al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.
La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para salvar su vida.La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla.
Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado y el agua entraba como un río adentro.Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta creía entonces llegado el término de su vida.Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.
Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en solo una noche un duro aprendizaje de la vida.
Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección, antes de morir, a las jóvenes abejas que la rodeaban:–No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo si hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche.
Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos –la felicidad de todos– es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.


ESTRATEGIAS PARA LA COMPRENSIÓN LECTORA




La Sicología Cognitiva y los educadores afirman que solo se aprende cuando se integra la información nueva, dentro de un esquema o estructura cognitiva ya existente.

Los esquemas cognitivos (o conocimientos previos) son estructuras que representan conceptos almacenados en la M.L.P.

Los conocimientos previos inciden sobre la construcción de significados de los textos.

Los lectores que poseen conocimientos más avanzados sobre un tema, son capaces de inferir de él e incorporan los nuevos conocimientos.

Activación de los conocimientos previos:

La activación y desarrollo de los conocimientos previos es importante cuando:
Se lee un texto que requiere del conocimiento d determinados conceptos para entenderlo.
Ciertos alumnos necesitan más conocimientos previos para entender mejor lo que se está leyendo.
Un texto literario es desconocido por los alumnos:
Estrategias de enseñanza:
Pregunta previas y formulación de propósitos.

Asociaciones de conceptos.
Asociaciones de conceptos.
Mirada preliminar y predicciones basadas en la estructura de los textos.
Discusiones y comentarios.
Lluvia de ideas.
Mapa semántico o constelación.
Guías de anticipación.
Lectura en voz alta a los estudiantes

Preguntas previas y formulación de propósitos
- Activar el conocimiento previo a los alumnos
- Mejorar la construcción de significados
- Estimular la construcción del significado
- Activar sus esquemas cognitivos.

Técnica C – Q – A (Ogle, 1986)
- Permite activar el conocimiento previo de los lectores.
- Determinar sus propósitos para leer textos expositivos
- Generar preguntas sobre el tema.
¿En qué consiste?
Se focaliza la atención en tres preguntas:
- Dos antes de leer: ¿Qué sé de este tema?
¿Qué quiero aprender?
- Una después de leer ¿Qué he aprendido?






ORGANIZADOR GRÁFICO

Los Organizadores Gráficos: son técnicas de estudio que ayudan a comprender mejor un texto. Establecen relaciones visuales entre los conceptos claves de dicho texto y, por ello, permiten “ver” de manera más eficiente las distintas implicancias de un contenido. Hay muchísimos tipos de organizadores gráficos y tú puedes crear muchos más. En esta Presentación conoceremos los más usuales.


Algunos ejemplos son:

Esquema

Mapa conceptual

Línea de tiempo

Constelación de palabras

Cuadro anticipatorio

Diagrama de Venn

Secuencia de hechos

Círculo problema/solución

Templo del saber

El peine

Cancha de tenis

MICROPERIODISMO


El microperiodismo constituye una estrategia de desarrollo de la escritura que incluye principalmente actividades narrativas basadas en la recolección de hechos y datos destinados a la elaboración de un diario mural, diario de curso, revista escolar u otro tipo de proyecto relacionado con el conocimiento de la escuela o de la comunidad. Incluye, entre otras, actividades como registro sensorial, escritura de noticias, crónicas, cartas al director, avisos y anuncios.



Ejemplo de Registro Sensorial:


El registro sensorial implica la escritura de las percepciones recibidas a través de los sentidos, incluyendo los pensamientos y sentimientos relacionados con el mundo interno; sirve de preparación para la redacción de noticias, crónicas, etc.

Con el fin de estimular a efectuar un registro sensarial se sugiere lo siguiente:

1. Ubique un lugar tranquilo donde se puedan registrar por escrito, cómodamente, las percepciones.

2. estimule a elegir un sentido (visión, audición, olfato, tacto, gusto) para realizar su observación objetiva sobre el mundo que los rodea.

3. Comente el contenido y lugar de la observación.

4. Solicite que tomen notas de las sensaciones que perciban, sin preocuparse en esa etapa de la redacción o de la ortografía.

5. Sugiere que omitan las explicaciones y las interpretaciones que asocien a los datos perceptivos.
6. Una vez completado el registro sensorial, pida que observen objetivamente el mismo contenido a través de otra modalidad sensorial.

7. Solicite que lean sus apuntes y que las palabras o frases aisladas las organicen en uno o más párrafos.

Ejemplo

Escuchando:

Me senté en un banco de la plaza, cerré los ojos, me relajé y concentré mi atención en los sonidos que me rodeaban: ¡Crach, crach!, crujía el papel del diario que alguien leía a mi lado...¡Plach, plach! hacían las hojas que barría el jardinero. Ch, ch, ch...sonaban los neumáticos de los vehículos sobre el pavimento...de repente ¡Chtl! un brusco frenazo. Voces de los niños y madres. Ladridos de un perro, una música lejana. Abrí los ojos al escuchar un organillero porque me traía tantos recuerdos que no podía dejar de verlo.


Amalia.
Fuente: Lenguaje integrado, Programa 900 escuelas.

martes, 2 de diciembre de 2008

ANTIPOESÍA



Definición:es un género literario afín a la poesía.


Su más importante exponente y creador es el chileno Nicanor Parra. La antipoesía parriana se caracteriza por el uso de clichés y del lenguage coloquial. La antipoesía utiliza elementos del lenguaje común modificándolos al extremo del absurdo de manera de atraer la atención del lector. La antipoesía nace con la publicación del libro Poemas y Antipoemas.


De estatura mediana,

Con una voz ni delgada ni gruesa,

Hijo mayor de profesor primario

Y de una modista de trastienda;

Flaco de nacimiento

Aunque devoto de la buena mesa;

De mejillas escuálidas

Y de más bien abundantes orejas;

Con un rostro cuadrado

En que los ojos se abren apenas

Y una nariz de boxeador mulato

Baja a la boca de ídolo azteca-

Todo esto bañado

Por una luz entre irónica y pérfida-

Ni muy listo ni tonto de remate

Fui lo que fui: una mezcla

De vinagre y aceite de comer

¡Un embutido de ángel y bestia!

("Epitafio", en Poemas y Antipoemas)

Fuente: http://www.entelchile.net/familia/cultura/nicanor_parra/nicanor.htm